En el siglo XXI, las ocupaciones militares, las finanzas neoliberales y la vigilancia tecnológica se han intensificado drásticamente hasta el punto de crear una condición en la que «la mayor emergencia es la ausencia de emergencia». Esta teoría de la emergencia no implica que una crisis como la del coronavirus o las guerras en Ucrania y Gaza no sean emergencias fundamentales que debamos seguir confrontando en todos los niveles. Simplemente exige que evitemos fingir que se trata de acontecimientos impredecibles que no sabíamos que ocurrirían. El coronavirus, por ejemplo, fue durante muchos años una gran emergencia «ausente», ya que sociólogos, científicos y organizaciones internacionales llevaban décadas advirtiendo de la amenaza de una gripe pandémica que finalmente se convirtió en emergencia. Lo mismo ocurre ahora con la contaminación del aire, que es responsable de la muerte de siete millones de personas cada año. Cuanto más ausente es una emergencia, mayor es.